miércoles, 22 de junio de 2011

Me doy cuenta.
Llega el día 14 de mi ciclo menstrual y un óvulo decide abandonar el vacío que toda mujer tiene dentro. Ese que solo se llena con el amor de un hijo.
Me percato, unas micras me abandonan y se llevan consigo mi paciencia.
Comienzan a molestarme las pisadas de mis vecinos sobre las mías, el techo me susurra a gritos que estas paredes no son más que cuatro caladas al dos papeles que es la vida.
La suciedad me distrae, me provoca mientras me impide acabar con ella.
Mis familiares corretean haciendo vibrar mis paredes, acompañan su marcha enunciando palabras sin demasiado sentido.
¿A qué viene ese malgastar de la lengua? Más de uno, dos, tres quejidos silenciosos de almas que quieren ser escuchadas.
La física empuja la puerta, otro golpe, otro delicado y delirante golpe. El inodoro se atiza a sí mismo por el empuje de unas manos educadas, adicionadas a la gravedad. Y mi respiración se altera con cada sonrisa de venganza de ese óvulo tamaño punto y seguido.
Y le echo de menos, a ese gameto que me abandona un mes más por ser otra mujer insoportable.
Vuelvo a privarle del amor, de que una cabeza traspase los límites de esa membrana hecha piel. Y otro mes más no me acostumbro.
Te echo de menos, pero solo hasta mañana.



Muy semejante a una re-saca.