miércoles, 13 de marzo de 2013

Tengo una corazonada entre retina y espalda.


Según la ley de la refracción los rayos de luz que salen de dos organismos descorazonados cambian de dirección al atravesar la superficie de separación de dos medios de distinta naturaleza debido a la diferente velocidad de propagación de la luz en cada medio, esto es, la transparencia que muestren ambas corazas y lo negativamente positivo de ésto. Si los rayos penetran perpendicularmente a la superficie no cambian de dirección sino sólo de velocidad, el vello se eriza y funde el material volviéndose éste de un espesor despreciable.

Ahora bien, en el caso de estar expuestos estos rayos a atravesar un prisma con cada una de las caras de la mentira a la que los pasados someten se desvían siempre apartándose de la arista superior, separando y dispersando lo iluminado. Pero si disponemos una serie de prismas de tal modo que hacia el centro sus caras laterales vayan siendo cada vez menos convergentes entre sí sincerando las caras ocultas; los rayos que atraviesan los prismas exteriores serán desviados fuertemente hacia el eje del conjunto y se harán uno, en cambio los que pasen por la pieza central (respectivos a  pasados y existencia banal) no experimentarán ninguna desviación. Así la mentira y la verdad se reunirán en el punto F, el nosotros mismos (ahora sí que sí - nosotros mismos -).




Tengo la impresión de estar estudiando lentes ópticas de mi propio organismo, siento un desenfoque selectivo de lo pasado y ya no me sé cámara u objeto. 
Más comparaciones serían estúpidas.

(Apuntes ridiculizados de mis insípidas clases de fotografía con el fin de la realización de capturas macroscópicas y microscópicas de tejidos histológicos y citologías.)