En un lugar de la Mancha, cuando todavía yo llevaba las bragas, tu sonrisa, de cuya curvatura no quiero acordarme, delataba viejas noches cuando el molino era más que nuestro baile.
No ha mucho tiempo que me enamoré de un hidalgo, de los que lanzan esperanzas al aire y encajalas entre las nalgas de un rocín bien flaco. Él era más que un galgo corredor, un sabueso siempre duro.
No tan siempre una olla a rebosar de comida por caducar, salpicón de suspiros las más noches, celos los sábados y lentejas, sin jamón fuera del camastro.
Tantos atardeceres juntos, soledad, deseosos amaneceres para así al sol imitar. Para sí mismo decir lo que importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
En un lugar de la Mancha, el caballero nunca volvióse loco, sino su montura al desear el peso de un cuerpo que ya no susurraba al cabalgar.