Las casualidades desaparecen.
El no mirarnos a la cara
aturdió nuestro ir y devenir.
Ya no veo tus miradas en mi carrillo marcadas.
Mi camino de baldosas amarillas
era un rastro de zapatillas deportivas.
Corrieron, huyeron, escogieron
hasta tus sucias pisadas.
Parece que por aquí
ya no suspiraras,
la lluvia ácida destiñó los recuerdos.
Ahora apesta a hueso desgastado,
queda un montón de chatarra
y finas briznas de paja.
Mas sólo somos arritmia,
astuta cobardía
y deseo, cerebral.
No vuelvas a salir sin paraguas
mi querido mejor amigo, Oz.
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