domingo, 26 de febrero de 2012

Soy amante de todas mis comidas

Soy amante de todas mis comidas- dijo sirviendo un vaso de zumo.
Erguido frente la nevera vestía ropa interior y un manchado delantal. Poco importan sus rasgos porque hay personas que nacen con ciertos talentos y a él esto le definía. Recordaba perfectamente el día que consulto uno de sus libros de cocina. Con lápiz y papel copió unas claves ya memorizadas, lo que sería su receta de vida adherida a la puerta del electrodoméstico.

En primer lugar debe adquirir una buena pieza, en su carnicería o paseando por las aceras. Sabrá que es de calidad porque marcará su cintura con cuerda. No estará entonces curada, deberá ser colgada. Una vez adquirida la materia prima debe convencerla para que se tumbe sobre la encimera. Trocee la pieza a caricias y deposite la casquería en un recipiente adicional. Sin calma ni paciencia trate la carne con embestidas y 'endesnudas'. Caliente su cuerpo a la temperatura deseada y, si gusta, añada besos y un chorrito de aceite. Engulla, muerda, acabe. Incluso saboree. Una vez saciado, deseche los huesos bien apurados y conserve las entrañas. No volverá a tener hambre.

Una erección se manifestó sobre la poca ropa que le cubría, una sonrisa era el preludio a un sonoro sorbo del jugo que sostenía.
Su zumo, carente de tropezones; ella, licuada y llena de tropiezos.

-Ahí no, hijo de puta.



jueves, 23 de febrero de 2012

viernes, 17 de febrero de 2012

(...)
- ¿Y ahora qué? ¿Te digo como no me siento?
- No, no, de eso nada. Toma primero asiento. Deja atrás la negación implícita que contradicen tus ojos cada vez que miras. Anda.
- Que no miro, que veo. Que no como con la mirada, que sólo dejo crecer el vello de mi entrecejo. De verás. No es más que eso.
- Basta. Bastas.
- No me quieras educada y delicada, no me quieras sin babas en esa dura almohada. No me quieras pies calientes. Quiéreme gorda de alma, que vacía no valgo nada.
- Vale, de acuerdo, pero ven y toma asiento, que me duelen los gemelos de follar contra la ventana.


martes, 14 de febrero de 2012

Pretendientes colgados.

Justo antes de pender.

Desde el sofá miro con deseo la ventana, lloro la obvia necesidad de cuerdas para tomar el aire. La lavadora se da por satisfecha cada vez que me asomo a su espejo, cuenta las veces que sonrío con las flores que inventa mi detergente. La ropa se congela con el frío de aquí dentro, de ahí fuera. Se ahoga, no recupera el aliento tras el desajuste de botones en aquella blusa durante el centrifugado, se destiñeron los pantalones sobre la ropa interior blanca. Mientras yo, acostada semidesnuda en el caprichoso salón, busco inmóvil en el cesto de los trapos sucios algo con tu olor. Algo que tender sobre mi cuerpo sin ayuda de pinzas. De madera. De plástico. De ayuda.
Mi madre siempre dijo que la ropa no podía dejarse mojada dentro de la lavadora. 
Pero yo les quiero, húmedos.


Intento adivinarte lleno de prendas aun desnudo, sin vacíos.
Le prefiero manchado.