martes, 14 de febrero de 2012

Pretendientes colgados.

Justo antes de pender.

Desde el sofá miro con deseo la ventana, lloro la obvia necesidad de cuerdas para tomar el aire. La lavadora se da por satisfecha cada vez que me asomo a su espejo, cuenta las veces que sonrío con las flores que inventa mi detergente. La ropa se congela con el frío de aquí dentro, de ahí fuera. Se ahoga, no recupera el aliento tras el desajuste de botones en aquella blusa durante el centrifugado, se destiñeron los pantalones sobre la ropa interior blanca. Mientras yo, acostada semidesnuda en el caprichoso salón, busco inmóvil en el cesto de los trapos sucios algo con tu olor. Algo que tender sobre mi cuerpo sin ayuda de pinzas. De madera. De plástico. De ayuda.
Mi madre siempre dijo que la ropa no podía dejarse mojada dentro de la lavadora. 
Pero yo les quiero, húmedos.


Intento adivinarte lleno de prendas aun desnudo, sin vacíos.
Le prefiero manchado.

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