Erguido frente la nevera vestía ropa interior y un manchado delantal. Poco importan sus rasgos porque hay personas que nacen con ciertos talentos y a él esto le definía. Recordaba perfectamente el día que consulto uno de sus libros de cocina. Con lápiz y papel copió unas claves ya memorizadas, lo que sería su receta de vida adherida a la puerta del electrodoméstico.
En primer lugar debe adquirir una buena pieza, en su carnicería o paseando por las aceras. Sabrá que es de calidad porque marcará su cintura con cuerda. No estará entonces curada, deberá ser colgada. Una vez adquirida la materia prima debe convencerla para que se tumbe sobre la encimera. Trocee la pieza a caricias y deposite la casquería en un recipiente adicional. Sin calma ni paciencia trate la carne con embestidas y 'endesnudas'. Caliente su cuerpo a la temperatura deseada y, si gusta, añada besos y un chorrito de aceite. Engulla, muerda, acabe. Incluso saboree. Una vez saciado, deseche los huesos bien apurados y conserve las entrañas. No volverá a tener hambre.
Una erección se manifestó sobre la poca ropa que le cubría, una sonrisa era el preludio a un sonoro sorbo del jugo que sostenía.
Su zumo, carente de tropezones; ella, licuada y llena de tropiezos.
-Ahí no, hijo de puta.
1 comentario:
Tropezones y tropiezos, embestidas y endesnudas. Gusta.
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