lunes, 7 de mayo de 2012

- Desease una vez un personaje de pacotilla.
Coma.
Detengo mi lectura, no levanto la mirada del libro y con los ojos cerrados sitúo mi dedo sobre los labios. Su lengua, la mía, acaricia la yema de mi índice. No me apresuro a pasar página cuando al levantar mis pestañas me topo con su mirada. Un personaje de pacotilla con guisante en lugar de nuez de Adán, sin Eva y sin princesa.
Una lágrima cae por mis duras mejillas color manzana, recuerdo las noches que ese guisante se escondió bajo el colchón impidiendo dormir a la princesa con pijama imitación coraza.
- No le pidas peras al olmo o me sentiré ofendida - aventuraba como si Hansel hubiese aprendido que la fruta cuando es pecho de mujer es la mejor golosina.
- ¿Recuerdas cuando pusimos la caperuza roja? ¿Cuándo no necesitábamos enseñar la pata de cordero bajo la puerta?-
Solía llamarme ricitos de bronce mientras yo elegía las horas del día en las que convertirle en oso grande, mediano o tan pequeño que hasta podía hacerle daño. Pulgarcito y la bailarina de plomo en un barquito de papel de periódico.
Uno, dos, incluso tres parpadeos fueron. Cabezadas sin hombro en el que apoyar un casco que crece con las mentiras y una nariz llena de lloriqueos. Él siguió al conejo hasta la madriguera y sin embargo soy yo quien inunda la habitación por ser ausencia en lugar de estar ausente.
Ese estúpido libro de cuentos siempre acaba con el flautista de Hamelin, y yo siempre me duermo cuando las ratas llegan al pueblo.

Quédate en mi estantería para cuando queramos ser niños de nuevo.




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