sábado, 13 de octubre de 2012

A las puertas del beso.

Cacofonía.
Tirito en tu oreja a mordiscos de distancia con la misma añoranza con la que me encojo en una carcajada sorda de realidad cuando las cosquillas de tus dedos acarician la piel que recubre mis ovarios. Tus orejas son manzanas que mordisquear y tirar por el suelo por inmaduras, qué se le va a hacer, las manzanas saben escuchar bien mal, de mentira.
Mis gafas manchadas de ti, de estar ciega- ni me ves ni me dejas ver- empañada durante un pensamiento torrido, crujiente, como una tapa del bar que huele a tu ropa y se impregna en narices que crecen- Pinocho pasa los días tocando astilla- nosotros palpamos la madera de la suerte hasta que yo me la aprendo de memoria y terminamos la noche carcomidos, de años de, tocando termitas. Nuestros troncos cada vez con menor densidad (quién dice que la manera en la que tuvimos sexo no fue la mejor, esto de perder nos hace rebotar como corcho que sale a flote en cualquier diluvio).
Nos creerán, otros nos crearán y finalmente uno, Judas, nos traicionará. Me entristece ver como cada vez te vacías más por darme la mejor manera de no perder el tiempo. La mejor justificación a una enfermedad, como el enamoramiento al amor o la manera repetida en la que abres la boca para toser cuando te constipas.
Nocturnidad. Somos alevosía, somos tan inevitables que no quiero volver a saber nada de ti. Deja que me arrope, deja.

'Después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás. Es lo que se llama propiamente un lugar común.'

(Texto culpa del capítulo 18 de Rayuela.
Todo el mundo debería culpar a Rayuela de algo, muchos ya lo hacen.)

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