Su cabeza sostiene unos labios femeninos, una pequeña nariz redonda y vello facial, del que acariciar con los mofletes y las papilas. Acoge pequeños poros asfixiados que tumban cráneos ajenos contra el mármol de su pecho.
Sólo se afeita cuando echa de menos los hoyuelos y siempre, durante esas primeras horas de afeitado, se obliga a sufrir pequeños terremotos en cada una de las grietas de los labios hipertrofiando los músculos de sus mejillas al provocar la sonrisa. Una repetición tras otra. (Hace semanas que esta risa me parece excesivamente forzada)
No sé cuánto pero sé que le pesa cada mota de polvo en el rostro.
No sé dónde pero intuyo la situación vascular más prominente.
Lo que sí sé son sus ojos globo terráqueo donde los meridianos consiguen fugarse, sé que mojé los pies allí, en sus pupilas, quemándome en una y helándome en otra y sé que sólo él puede salir de su oscuro círculo de las Bermudas.
Porque, de verás, él tiene unos ojos azul tierra con los que siempre ver el vaso lleno de sangre y la tensión por las nubes.
Lo sé y eso que hace semanas que no le miro a la cara.
Que me perdone porque también sé que ésto no soluciona nada, pero me encantaría que supiera que yo a una pupila desierta me llevaría la cara oculta del globo terráqueo.
Me pone triste esta paciencia que nos tenemos, a veces pienso que yo ya no quiero tener nada suyo y entonces vuelvo a tirarle un puñado de comida que alimenta el ego que olvidó dentro de mí.
Definitivamente quiero perder la esperanza para tener otra cosa sobre la que escribir.
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